Auguste Dreyfus amó tanto, pero fue tan poco. Quiso con locura a Sofía. Sofía Bergmann de sus congojas y nostalgias. Pero su inmensa fortuna no le alcanzó para salvarla. La melancolía dura hasta nuestros días. Levantada en bronce y granito la podemos apreciar en quizás el más hermoso mausoleo de nuestro cementerio Presbítero Matías Maestro, hermosa tumba que Dreyfus hizo construir para el casi adolescente cuerpo —¿ausente?— de su amada.
Por: Eduardo Abusada Franco
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¿El amor ha vencido a la muerte? Tal vez no, pero sí al tiempo. De razón inapelable escribió Neruda: “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido…”. Sí, en la moral actual suena cursi; pero, también ahora es real. A más de 150 años los latidos del corazón enamorado de Dreyfus aún pueden sentirse en la piedra que mandó a esculpir para su esposa.
El nombre de Auguste Dreyfus está muy ligado a nuestra historia. Lamentablemente, a un tema recurrente: política y corrupción. Una trama de negocios, influencias, contubernios y crisis económicas que en los textos escolares conocemos como el Contrato Dreyfus. Gobernaba entonces este país en formación y cargado de deudas el coronel José Balta (quien fuera depuesto y muerto por la aventura golpista de los hermanos Gutiérrez). Su ministro de Hacienda —hogaño corresponde al cargo de ministro de Economía— era un muy ambicioso joven de puntiagudos bigotes, quien la posteridad conocerá como ‘El Califa’: el impenitente conspirador Nicolás de Piérola, quien comandaría con vergonzante derrotero los destinos de la patria una vez iniciada la Guerra del Salitre. Piérola, quien alguna vez pasó por el seminario para ser sacerdote, dejaría su nombre para siempre estampado en calles, plazas, conjuras políticas y en el malogrado contrato que regaló las riquezas nacionales.
Por su parte Dreyfus, judío francés, recaló en estas tierras con una fortuna hecha como banquero, aunque algunas fuentes también lo incluyen en el rubro textil. Era representante de Casa Dreyfus & Hnos.

Dreyfus no solo conoció el pestilente olor de la bonanza guanera, sino, también, la fragancia del noviazgo. Fue Sofía Bergmann la involuntaria causante de sus dichas y desdichas. Al respecto de la musa escribe Luis Repetto[1]: “Limeña, hija de alemán y de argentina, perteneciente a la alta sociedad capitalina. Su padre Federico, nacido en Hannover, viajó muy temprano a la Argentina en donde conoció a Estanislaa Rubio, con quien se casó y procreó varios hijos, entre ellos Sofía que nació en Lima, adonde había llegado su padre representando a una empresa inglesa”.
En los dorados salones de una Lima afrancesada fue que Auguste se apasionó de la belleza de la joven. Encandilado por su elegancia y hermosura resuelve tomarla por esposa. Contrajeron matrimonio el 15[2] de agosto de 1862, en una boda cuya pomposidad fue envidiada por toda la socialité limeña. Testigos de la soltería de ambos fueron los peruanos José Eusebio Castañeda y Francisco Avilés. Algunas fuentes, como el mismo Repetto —quien era experto en museos y cementerios— señalan que el astuto empresario ya vivía en el Perú desde 1852.

Como señalábamos, en aquellos años ya había emergido la bonanza del guano de las islas de nuestro litoral, aun codiciado fertilizante en todo el mundo, pese a que ya empezaba a menguar frente a los abonos químicos. Lo que pudo ser un apalancamiento para nuestro desarrollo, fue, como tantas veces, un botín que nos sumió en sendas crisis. La Casa Dreyfus se hizo el principal comprador del guano para colocarlo en Europa, por encima de los consignatarios nacionales, lo que gatilló una intestina guerra comercial y de denuncias cruzadas. Dreyfus se comprometía también al pago de la deuda externa. El Contrato Dreyfus se convirtió así en uno de los capítulos económicos más polémicos de nuestra historia. Se firmó en París el 5 de julio de 1869.
No te vayas, Sofía Bergmann
Dejemos de un lado el acuerdo comercial, que de eso no va este cuento y ya tenemos mucho con los periódicos. Vayamos a lo que importa, al amor y su pasión. Taimado en los negocios, pero desafortunado en el amor, el matrimonio de Dreyfus no duró mucho. Al menos, no tanto como lo esperaban los casados. Hasta que la muerte los separé, dicen los prelados. Como sucede muchas veces con los romances que se perpetúan en los folletines y en el relato oral de quienes aspiran también a amar, el idilio empezó joven y murió como tal.
Ella se casó con apenas 19 años y él ya pasaba sobradamente los treinta. La ley de la vida insinuaba que él debía partir primero de este mundo. Pero dicho edicto muchas veces no se guía por lógicas, sino por tropiezos, y fue Sofía la que cayó enferma. Al año de casados tuvo una hija, pero a la par fue diagnosticada con una tuberculosis. Dreyfus consultó a los mejores médicos que el dinero pudo pagar, pero la ciencia no daba para tanto. Compró las mejores medicinas que existían en aquel año en cualquier parte conocida planeta; no obstante, el tiempo pasaba y la cura no estaba en venta. La enfermedad se hizo irreversible. Iba y venía en su despacho, y, acorralado por su ardor y desesperación, jugó su última carta al ver que su esposa no mejoraba. Así nos lo relata César Augusto Dávila: “Un laboratorio francés —siempre ha habido charlatanes en este mundo— anunció haber «descubierto las inyecciones de oro», las que siguiendo un adecuado régimen curaban en efecto el mal de Gautier”.

Y a la Francia mandó Dreyfus a su joven esposa vía barco, acompañada de su madre para que la ayude con la niña. Lo único seguro en la existencia humana es la muerte, así que ante la falsedad de tal milagrosa cura, Sofía pereció un 16 de octubre de 1871. Acá es donde esta corta historia de amor se enreda. Hay distintas versiones. Recogemos la más difundida, o la que preferimos creer. La joven fallece en París y es enterrada provisionalmente a la espera de su esposo.
En el ínterin, al fin y al acabo hombre avisado y curtido por los negocios, Auguste dejó todo listo para el reposo final de su amada. Mandó a traer de Francia un escultor para que construyera un formidable mausoleo. Así se hizo. No escatimó en gastos y hoy es una de las joyas arquitectónicas más fotografiadas de nuestro bicentenario cementerio. De granito y rodeado de cuatro imponentes esculturas de bronce que fueron encargadas y hechas en Francia, a cargo del artista francés Louis Ernest Barrias, la obra resiste al clima y a la marchitez de los corazones enamorados.

Al ser repatriado el cuerpo de la joven Bergmann, una epidemia se desató en la nave que lo llevaba rumbo al Callao. El capitán del barco decidió arrojar los cuerpos de la tripulación perecida, incluidos los restos cremados de Sofía al mar. De tal manera, las corrientes del Atlántico perdieron para siempre las huellas de la joven.
El mausoleo hoy permanece vacío, tan solo como un homenaje a Sofía. Un cenotafio[3] es lo que es, para ser exactos. Empero, los que sostienen que el amor es una cosa eterna, aseguran que si alguien, alguna vez, se atreve a remover el polvo y abre la tumba, encontrará allí depositados en un breve cofre de sándalo las cenizas de Sofía Bergmann de Dreyfus. Y a su lado, si la corrosión lo ha permitido, una carta de amor.
[1] QEPD. Lucho Repetto nos dejó en el contexto de la pandemia del COVID-19.
[2] En su artículo Historias de cementerio, el periodista y escritor César Augusto Dávila sostiene que fue el 18 de agosto.
[3] Un cenotafio, según la RAE, es “un monumento funerario en el cual no está el cadáver del personaje a quien se dedica”. De acuerdo a mi querido amigo Roel Alonzo, abogado y conocedor de las tradiciones limeñas, el cenotafio de Sofía estaba inicialmente en el frustrado Hospital de Santa Sofía, en el actual local del Instituto José Pardo. La guerra con Chile frustró el desarrollo del hospital, que luego fue ocupado y desmantelado, para posteriormente ser sede del instituto técnico. Años después de la Guerra, el cenotafio fue trasladado al Presbítero Maestro, donde se encuentra actualmente con muchas de sus piezas en mal estado, sucias o robadas.
Por: Eduardo Abusada Franco
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Gran historia, muy bien contada, felicitacions.
Gracias por leer 🙂
aunque ya no estén presentes, la historia de amor siempre lo estará.
Así es 🙂