En el Perú de hoy, donde los titulares parecen repetirse y la incertidumbre se ha vuelto un estado de psicosis permanente, hay algo que resiste y se manifiesta sin anuncio: la unión entre magia y realidad. Es un lazo que no siempre es visible o aceptado, pero que emerge en los espacios más inesperados: en una conversación, en una calle bulliciosa, en el trabajo silencioso de quien no se rinde, en el emprendimiento.
Lejos de ser energías opuestas, lo que podemos llamar magia y realidad coexisten en la vida de los peruanos como una estrategia vital que hemos aprendido a desarrollar frente a los problemas estructurales, las tensiones sociales o la fatiga institucional. Allí lo mágico irrumpe en la forma de una mirada, un gesto solidario o una idea que, contra todo pronóstico, funciona «a pesar de todo estar realmente jodido». Me pregunto si vale la pena detenerse a observar con mayor atención nuestra vida y de pronto sorprendernos con algunos descubrimientos que podrían ¿acaso salvarnos?
El peso de la realidad, la ligereza de lo mágico
La cotidianidad en el Perú no es fácil. La mayoría de la población enfrenta retos económicos, educativos y sociales que ponen a prueba su estabilidad emocional y material. Sin embargo, aún en ese panorama complejo, emergen momentos profundamente humanos que parecen sacados de otra dimensión.
Así lo retrata Jorge Alania Vera en su texto La magia y la realidad, publicado en Expreso, donde reflexiona sobre cómo esas experiencias fugaces que rozan lo mágico permiten sobrellevar la aspereza de lo cotidiano. Su narrativa ayuda a entender que muchas veces lo mágico no es una fantasía escapista, sino una forma distinta de habitar el presente. Además de profundo, es poético y contundente si estamos atentos a la lectura.
¿Dónde ocurre lo inesperado como para que magia y realidad impacten en nuestras vidas?
Siendo dos conceptos que podrían «sonar a forzado», es mejor hablar de magia y realidad en un versus de situaciones que se nos harán más reconocibles. Quizá podamos sobrellevar con mejor ánimo las cosas, sabiendo que algo hay allí por obtener.
La resistencia convertida en arte cotidiano para intentar soluciones.
En medio de muchos barrios que aún carecen de servicios básicos – o que los tienen de forma limitada- o donde el transporte público parece un experimento caótico (hoy atacado por la violencia asesina), se levanta cada día una red silenciosa de personas que cuidan, trabajan y crean. Allí, la magia se presenta como ingenio popular: mirar a todas partes para cuidar la vida propia y la de los demás.
Imagino, por ejemplo, esas tiendas llenas de artefactos donde muchas señoras de amplia fe esperan la enésima reparación del radio del abuelo, con piezas recicladas, sin saber que eso, con un radio moderno podría ser imposible quizá.
Pintar murales que sanan el barrio o convertir una esquina abandonada en huerto comunitario son situaciones que aparecen como oasis y si no caminas lejos, no las puedes ver, sin duda son ejemplos de magia y realidad actuando.
La cultura como constructora para la supervivencia.
Magia y realidad también se manifiestan cuando la cultura de un pueblo alejado, lejos de ser solo rutina, se vuelve simbólicamente una energía potencial subyacente, lista para actuar. Una procesión en Ayacucho, un ritual andino en Puno o un cumpleaños celebrado con las «cuentas justas» pero con toda la comunidad reunida son escenas donde lo real se viste de trascendencia.
Allí se reconfigura la idea del éxito, del valor y del futuro. Y hoy que el Ande (como hace años) encarga a sus hijos a la ciudad, estos hijos, tarde o temprano, activan ese botón para demostrarse a sí mismos que pueden construir. La ciudad se ha hecho de esa energía en muchas ocasiones, podría decir, siempre. Pero hoy, rondamos por la calle sin valorarlo.

La esperanza como una forma de lucidez potencial.
En nuestro país la confianza en las instituciones está en crisis, la esperanza parece un acto de ingenuidad, el resurgimiento «pírrico» de la intención electoral de «esta vez sí» que «se nos acuerda» a destiempo cuando vemos lo que vemos con tristeza en la tv: más y más políticos trabajando como se supone que no deben hacerlo. Pero ese sentimiento al mismo tiempo es más bien una forma de lucidez emocional: saber que lo difícil existe, pero aún podemos decidir, aun así, podemos actuar.
Esa esperanza lleva dentro una probabilidad de magia concreta: motiva a quien emprende un pequeño negocio, a quien enseña en condiciones precarias, a quien protesta sin miedo y a causado cambios profundos en las personas. Aún falta por resolver quizá, no esperar tanto para la acción.
Entre magia y realidad: una mirada crítica como herramienta de defensa.
Si hablamos de magia y realidad, tenemos que decir que no toda magia es positiva. En el Perú también se ha visto cómo la ilusión puede ser usada como estrategia de manipulación. Candidatos que prometen soluciones inmediatas, proyectos que venden milagros tecnológicos o líderes que apelan a símbolos sin sustancia. La realidad aquí funciona como antídoto: permite distinguir entre lo auténtico y lo engañoso. Y siento que hemos aprendido bastante tras tantos presidentes encarcelados y destapes a diario en los medios, una «escuela a la fuerza» sin matrícula ni horario.
Un aprendizaje para sostenernos
Sí, muchas veces el día a día nos exige «hacer magia» una frase muy peruana, que busca salir del «choque con la pared de la realidad» y superarla gracias a nuestro ímpetu vestido de fe casi religiosa.
Aprender a convivir en un país donde magia y realidad se vuelven una sincronía cultural y social, no es algo simple porque entre nosotros podemos llegar a renegar de la percepción y la actitud del otro – es cierto y tiene sus puntos claros también-, así que no se trata de negar lo duro ni de romantizar lo difícil.
Aquí algunos aprendizajes que someto al veredicto del lector:
- Podemos reconocer que hay una fuerza en lo simbólico, en lo inesperado, en lo que aún puede emocionarnos sin explicación técnica.
- El Perú no necesita más ilusiones vacías, pero sí necesita conservar esa chispa que convierte lo cotidiano en algo profundo.
- Si algo ha demostrado la historia de este país, es que incluso en sus momentos más difíciles, la vida sigue generando belleza.
Y tal vez por eso, como intuyó Alania Vera, “la vida también puede ser una forma de poesía”. Aunque no siempre lo sepamos, aunque a veces duela, seguimos habitando ese espacio donde lo extraordinario ocurre justo al lado de lo real.
Sergio González.
@sdgonzalezmarin | Instagram @sdgonzalezmarin | TikTok
OTROS ENLACES RECOMENDADOS POR PLAZA TOMADA
- Un noble caldo de pata de res frente al Mercado Conzac
- Matanza en ‘El Sexto’
- Al cine comunitario con mi matriarcado miraflorino a ver ‘Misión Kipi’
- «Me llamaba Romildo Curotto, pero me lo cambié porque de la cazuela podían gritarme ‘Curotto, bésame el poto’», el Guayabera Sucia
- Por las azoteas
- «Mi papá no quería que fuera músico. Decía «eso es para borrachos, mujeriegos y hay drogas». Yo para salir a cantar tenía que esperar que mi papá se durmiera», El Rey Vico, fundador del Grupo Karicia
- Así se forjó el pan con pantano
- Ernesto Pimentel: «Te aseguro que no me voy a morir. Aún voy a enterrar a mucha gente. No tengo más certeza que tú de cuánto vas a vivir» (entrevista de 2006)
Comenta aquí