Cuando alguien se vuelve parte del alma de tu niñez, no la llamas por nombre completo. No dices Yolanda Piedad Polastri Giribaldi. Simplemente dices Yola. O, mejor aún, la recuerdas como te la presentó la televisión: Hola Yola. Y con ese saludo iniciaba todo un universo de juegos, canciones, burbujas, colores. Y, por supuesto, la marcha alegre de la banda del Hola Yola, esa pandilla televisiva de niños en fila india que también marcó mi camino.
La banda de Hola Yola: ¡mi banda infantil favorita es insuperable!
La figura de Yola Polastri marcó a generaciones con un estilo único que combinó música, alegría y un fuerte vínculo emocional con la niñez peruana. Su legado, encarnado en la banda del Hola Yola, dejó canciones, imágenes y emociones que siguen vivas incluso hoy.
La infancia como lugar sagrado de recuerdos
Cuando niños vivimos un período sagrado donde se almacenan recuerdos sin pedir permiso. Imágenes que se pegan como estampitas: el olor de una comida odiada, la risa de una tía, un perro que asustó demasiado. Junto con eso, quedan guardadas las aventuras con los amigos del barrio, la pelota que se iba a la pista, el trompo que giraba entre risas, las canicas que chocaban como planetas. La estrella que colgaba en la pared. Los regalos que llegaron… o no.
Canción «La Banda de Hola Yola»
Y claro, las canciones. Esas que se quedaron sin que yo lo notara. Sin estudiarlas, sin leerlas. De pronto aparecen, como un susurro, mientras lavo los platos o espero en el semáforo. Me escucho cantando en voz baja “arroz con leche”, o aquella voz que entonaba “buenos días su señoría mata tiru tiru lá”.
De la banda del Hola Yola también resuenan: “tengo una muñeca de vestido azul… la llevé a la misa, se me constipó”. Y cómo no, el inconfundible “ring ring ring”, la voz que responde “aló, quién es”, y esa escena en que el telefonito se convierte en una extensión del juego infantil. Todos esos versos vienen acompañados de sus respectivas melodías. No hace falta esfuerzo: basta con pensarlas para que suenen dentro de uno.
Y en medio de todo eso, irrumpe con fuerza otra canción, otro desfile que no olvido: “Va la banda del Hola Yola, uno tras de otros en filas indias…”. Y sí, ahí estaba yo, también marchando con ellos, al menos en mi imaginación.
El día que Yola cerró los ojos
Hoy, frío domingo de julio, Yolanda Piedad Polastri Giribaldi cerró los ojos por última vez. Es 2024. Un julio húmedo y encapotado. En los días previos, el sol intentó colarse. Pero esta tarde no hay luz. No hay lluvia, pero tampoco alegría. Es un día mustio, sin los colores de cartulina que traía su presencia. Hoy, la voz de Yola se apagó. La de verdad. La que nos hablaba desde la pantalla. La que nos cantaba y nos hacía creer que todo estaba bien.
Los que fuimos niños en los 80s, y los que vinieron un poco después, la conocimos e inmediatamente nos integramos a la banda de Hola Yola, como algo natural, sin pensarlo demasiado, siguiendo a la mujer que nos ayudaba a entender el mundo sin malicia, siempre sinónimo de energía. Imparable, radiante, vital. Inagotable. Hasta hoy en nuestras mentes.
Dentro de cinco años cumpliré medio siglo. En todo este tiempo he acumulado letras de canciones, poemas, oraciones, diálogos de películas, claves de tarjetas, contraseñas digitales. Pero lo que Yola cantó nunca lo memoricé. No hizo falta. Se quedó dentro. Como si hubiese sido grabado con tinta invisible en algún rincón permanente de mi conciencia. No importa cuántos años pasen: las canciones de Yola estarán ahí hasta que me muera.
Eso fue ella para mí. Para todos los que formamos parte de esa banda. Un recuerdo que no se puede borrar, ni con psicoterapia ni con el paso del tiempo. A veces, en el trabajo, en un taxi, o viendo a unos artistas callejeros en un cruce, me sorprendo tarareando sus canciones. Y, sin querer, mi mente los acompaña con la tonada de la banda del Hola Yola de fondo.

Un tiempo sin cable, sin Internet, pero lleno de rituales.
Vivíamos en una época distinta. No había cable. Apenas cinco o seis canales. Las antenas de conejo eran un ritual de paciencia. Si la señal llegaba, era una bendición. Canal 2, 4, 5, 7, 11. A veces aparecía el 13. No más. Ver televisión no era un acto individual. Era una ceremonia familiar. Recuerdo, por ejemplo, a el Hermano Pablo con su Mensaje a la Conciencia. Eso sí que era denso.
También se colaban cosas como Chiquilladas, desde México. El Pirrurris, el Pocholo y demás criaturas. Luego vino Xuxa, en Brasil, la famosa novia de Pelé. Pero antes que todas ellas, estuvo Yola. Aquí. Con nosotros. Local. Nuestra pionera. Nada fue igual desde entonces.
El rostro cotidiano de una artista completa
Yola fue nuestra reina en la televisión infantil peruana de todos los tiempos. La primera. La inconfundible. Su rostro era parte del día. Su voz, del ambiente. La escuchábamos en la mañana, en la radio, en las tardes. Luego vinieron los reportajes, las entrevistas, la enfermedad, las caídas. Yola humana. Yola mito. Como si pudiéramos separar ambas cosas. Como si la vida no fuera, siempre, un equilibrio entre luces y sombras.
Ella fue artista desde niña. Amaba el escenario. Estudió ballet, se formó en el Club de Teatro de Lima. A los 17 años ya estaba en el Canal 5, participando en programas con el famosísimo Tío Johnny.
Pero el espacio que yo viví, el que se quedó grabado a fuego, fue el de Hola Yola en Canal 4. Allí estaban los burbujitos, las burbujitas. Y sobre todo, la canción. Nuestra canción: «La banda del Hola Yola».

Una figura que no se apaga
Hoy, este domingo sin brillo, su pandereta debe estar guardada en algún cajón. Ya no sonará más. Y como suele ocurrir, empezarán las versiones, los comentarios, los escándalos, los análisis de su vida personal. Intentarán bajar el mito al nivel de la carne. Mostrar su parte más humana, más gris. Como si un personaje tan luminoso pudiera reducirse a los titulares.
Pero los mitos no mueren con sus cuerpos. No se deterioran. Se elevan. Yola ya no pertenece a este plano. Su historia está escrita. Su legado también. Ella es, y será, la «Chica de la Tele». Así quedará en el recuerdo colectivo de una banda que empatizó en lo más profundo de una niñez emocionada.
Y mientras algunos discutan sobre su figura, yo prefiero quedarme con lo esencial. Con lo que nadie puede borrar: la marcha de su banda, el canto juguetón, esa frase que aún resuena en mí:
“Juntos formamos una banda, la banda del Hola Yola, y somos juguetones…”
Y sí, esta fue nuestra banda. Ella fue nuestra líder. Y yo fui uno de los suyos.
Por: Eduardo Abusada Franco
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