Carlos Manrique, fundador de CLAE, la financieras que protagonizó el caso de estafa piramidal más grande del Perú, falleció el día de hoy. Hay quienes aún lo apoyan, que creen que fue víctima del gobierno de entonces; pero muchos más lo aborrecen, perdieron todo sus ahorros confiando en él. Pagó con cárcel y muy pocos recuperaron su dinero. En 2007 le hice esta entrevista de personaje. Se hizo una figura muy llamativa en la prensa y programas cómicos de los año 90. Me puse a buscarla en mis archivos antiguos y encontré el texto. Acá se los traigo.
Por: Eduardo Abusada Franco
Seguir a @eabusad IG: @eduardoabu79
Señor Carlos Manrique, usted se hizo conocido por el asunto financiero de CLAE, pero entiendo que también tiene un intelectual, ¿qué estudió?
Comencé en San Marcos en la Casona del Parque Universitario, pero el clima de Lima me hacía mucho daño porque sufría de los bronquios, así que me pasé a la Cantuta. Estudié Educación y tengo dos especialidades: soy profesor de matemática y literatura; y también soy licenciado en Admnistración de Empresas en la Universidad Unión de Ñaña.
Así que Literatura, ¿le hubiera gustado ser escritor?
Sí, me gustaba mucho. Allá por el 63 incluso colaboré en el Dominical del diario El Comercio bajo la dirección del gran filósofo Francisco Miró Quesada. Me gustaba el periodismo, cuando era estudiante en el Colegio Guadalupe fui director de la revista del colegio. En la Cantuta también sacamos publicaciones.
¿Nunca escribió un cuento o poema?
Lo que estoy escribiendo es un libro con la historia de mis últimas empresas y sobre el futuro económico del país. Probablemente salga este año y le ponga un título simbólico como el de la película, “Retroceder jamás y triunfar siempre”. Es también un poco autobiográfico.
Hablemos de su infancia. Ud. nació en Cuzco, ¿cómo fue su niñez allá?
Nací allá en el 36 y a los 5 ó 6 años de edad vine a Lima. Mis padres eran huachanos pero mi infancia la pasé acá en Lima, en Cotabambas, cerca al Parque Universitario. Comencé a estudiar en la escuela fiscal Pardo, en el Rímac. En ese tiempo jugaba con pelota de trapo.
¿Osea que era pelotero?
Jugaba de defensa, pero creo que me hacían jugar porque tenía la pelota [risas]. Inclusive tenía mi chompa del Cienciano. Pero a lo que más me dediqué fue a la natación que hasta ahora la practico, puedo hacer 8 o 10 largos seguidos. Me gusta el estilo pecho y mariposa.
Estudiando en el Rímac, ¿supongo entonces que tenía esquina o era palomilla de balcón nomás?
Yo era tranquilo. De niños jugábamos a recortar las cintas de películas, los negativos, y las veíamos a tras luz como fotos, las coleccionábamos. Era una novedad ver a los cowboys. También me gustaba jugar a las canicas y sabía jugar trompo, lo hacía pasar por la pita.
Entonces si era medio “pata de perro”, ¿de dónde le vino el gusto por las artes, los números y letras entonces?
Bueno, mi madre era profesora. Ella me inició mucho en la lectura. En diciembre de cada año, cuando comenzaba el verano, me sentaba en una mesa con un tintero, un lapicero, y algún volumen de las Tradiciones Peruanas o El Quijote y me hacía copiar el libro todas las mañanas del verano con una ortografía impecable.
¿Eran una familia muy humilde?
Éramos muy pobres. A tal punto que mi madre tenía que hacerme pelotas de trapo de las medias y retazos.
¿Y su padre?
Él era militar, pero falleció muy temprano cuando yo tenía unos 4 años. Nosotros éramos dos hermanos y fue mi madre la que nos crió sola.
Tal vez es por eso que cuando lo llevan a prisión, Ud. llevaba el retrato de su madre y le escribe una carta desde la cárcel.
Ella se sacrificaba cada semana para darme 50 centavos, al mes eran 2 soles de los 8 que ganaba. Con eso nos íbamos los niños a la estación del ferrocarril en Sicuani para esperar a que llegue el tren con la revista argentina Billiken y nosotros recortábamos láminas para armar casitas, puentes, barcos, etc. Siempre llevo su foto como recuerdo de ella y de los valores que me dio. Mi madre estaría contenta de que estoy con la conciencia limpia. Si fuera verdad lo que dicen, que he robado, no estaría acá, sino en el extranjero disfrutando un dinero mal habido.
Ya hablaremos de eso. Sigamos con su etapa inicial. Ud. acabó en el Colegio Guadalupe, de chicos, ¿nunca se trompeó ahí cuando adolescente?
Nunca falta una trompeadera. Al principio me fastidiaban un poco como provinciano. Justo había un sitio junto a la capilla donde iban a pelearse. Pero yo no me peleaba. Era colegio militarizado y todo estaba muy organizado. La verdad era muy malo con los golpes, tenía que ser más diplomático. Sólo tuve un incidente con el suboficial de instrucción premilitar, que le decíamos Mac Arthur [general norteamericano]. Se me escapó decirle su chapa y me encerró en el ropero oscuro era como el calabozo y me puse a llorar. Empecé a dar de patadas, se abrió el ropero y me escapé del colegio.
¿Cómo se bacilaba cuando paraba en el Rímac?
Yo tocaba acordeón e íbamos a animar algunas peñas, donde Rosita Ríos. Tomábamos nuestro traguito, pero no era de borrachera. Me gustaban mucho los valses.
¿Es cierto que usted tuvo un pasado aprista en La Cantuta?
No. Lo que pasa es que salí en un grupo nuevo, el Movimiento Estudiantil Independiente y paralelamente habían otros grupos del Apra y Acción Popular. Yo tenía amigos en todos los partidos como el Apra, pero era de la idea de que el estudiante debía ser independiente y así fue como llegué a ser Presidente de la Federación de Estudiantes.
¿No sufrió persecusión como líder universatario?
No, nada grave. Participaba en las marchas y algunas veces sí nos persiguieron con gases y a caballo en las manifestaciones del Parque Universitario. Luchábamos por la autonomía de La Cantuta.
Tocaba el acordeón para pagarse sus estudios, ¿no?
Sí, daba clases de acordeón, no era que tocara en la calle. Toco más como para recreación. Sabía de lectura musical porque había estudiado piano en el Conservatorio con una beca. Ahora, más que el acordeón toco el órgano eléctrico. Me gusta mucho la música criolla. También daba clases de oratoria, idiomas y matemáticas. Llegué a formar una academia en Pueblo Libre, donde enseñaba los sábados con mi madre y otros compañeros y de ahí formamos CLAE.
¿Y bailaba también sus valsesitos?
Lamentablemente sí, pero soy de un solo paso. La cumbia, el vals y todo lo bailo igual. Pero creo que sentir la música es lo que vale.
Veo que desde muy joven le gustaron los negocios.
Sí, en la puerta del Colegio Guadalupe vendía porta carnés, cuadernos, lapiceros. Ya se imaginará que los chiquillos a esa edad me fastidiaban. Pasaba y me decían “a sol los carnés”, pero todo en broma [risas]. Más bien una época me decían “Chopin” porque tocaba piano y gané un concurso nacional.
¿Y le gusta que le digan “cheverengue”?
Sí, me da risa, es un saludo que me alegra. Ahora en la misma calle cuando paso me dicen “cheverengue” y los saludo [hace el gesto cómico con la mano]. Entiendo que es una cuestión popular que la hizo Arturo Álvarez y no le veo nada negativo. Un día estaba en un paradero y en un auto una chica me queda mirando. Yo saqué pecho pensando “qué bueno que aún me miren las chicas”, pero cuando cambió la luz la chica me hace el cheverengue y arranca. Me dio mucha risa.
¿En la calle la gente no lo insulta o le reclaman sus ahorros que perdieron en CLAE?
Un 90% me acoge con bastante amistad, me dicen «gracias a Ud. puse mi negocio, construí mi casa, etc.»; un 5% es indiferente; pero también existe un 5% que me dicen “¿cómo voy a recuperar mi plata?”. Entonces si hay tiempo les explico que yo no cerré CLAE, sino que me pusieron tanques en la puerta creando pánico financiero.
¿De verdad tiene la esperanza de que algún día cobrarán los claeístas?
Pienso que si se hace justicia, sí; y estoy confiado en que sí se hará. Y no por mí, sino por los claeístas. A ellos se les debe hacer justicia. Entiendo que en el actual Congreso se está estudiando este tema.
Bueno. De otro lado, ¿cómo fue su experiencia en prisión?
Me dolió bastante por lo injusto. El primer día un interno, con mucha gentileza, me trajo el almuerzo en un balde de pintura porque prácticamente me iba a quedar sin comer. Yo nunca he sido amigo de lujos, pero fue chocante y no lo pude comer. Me fui acostumbrando y encontré buenos amigos.
¿Ningún interno “claeísta” lo quiso agredir por la pérdida de sus ahorros?
Se dice que por razones políticas la orden era que yo muera en la cárcel. Entonces súbitamente me trasladan al penal de Challapalca, en Tacna, a 4 200 metros de altura. Primero me llevaron a Yanamayo para aclimatarme. Yo ya era de edad y en la única hora de recreo tenía que agarrarme de los barrotes para no desmayarme y al final me desmayaba. Junto conmigo llevaron a internos de la banda de Los Destructores, y en Lima desde lejos me gritaban “te has quedado con nuestra plata y te vamos a matar”.
¿Cómo sobrevivió?
De Dios. En el momento en que por primera vez salimos al patio, cierran la reja y me dejan solo con ellos. Yo dije “Señor, lo que sea tu voluntad”. Y se para el Sr. Pampañaupa [Víctor “Cholo” Pampañaupa, fundador de Los Destructores], el líder de ellos y me dice “Carlos, no te preocupes que a todos nos han traído injustamente acá”. Uno de ellos dijo “¡déjanos matarlo, él se ha quedado con nuestra plata!”. Y Pampañaupa le dijo “¿que acaso no sabes que a ClAE lo cerraron los tanques, que siempre pagaron puntuales durante 15 años?” y acordaron no hacerme daño.
Así que el Cholo Pampañaupa le salvó la vida.
Lo milagroso es que a 10 días, cuando me desmayaba a cada rato, quiénes llamaban a los guardias y me llevaban en camilla al tópico eran Los Destructores. Yo decía gracias Dios, porque parecía que los habían enviado a matarme y eran ellos quienes me estaban salvando la vida. Cuando he salido quise verlos y agradecerles, pero no he podido contactarlos.
Pero en Castro Castro no la pasaba tan mal, incluso se le vio que salió al Chifa estando preso…
Primero, el chifa nunca ha sido de mi agrado, prefiero la comida criolla. Ese día yo estaba mal de la vista y me llevaron al médico. Cuando regreso, como tengo problemas de la próstata, necesitaba miccionar y le pedí a los guardias que me dejen ir a algún sitio. Entramos a un chifa y uno de los clientes me dice “Sr. Manrique, sírvase algo”, y los guardias dijeron que ya y nos tomamos una gaseosa. Parece que fue montada la cosa, porque no pasaron ni 5 minutos y llegaron los periodistas. Se abusó incluso con los policías que los dejaron sin trabajo.
Cuando fue a la entrevista con Jaime Bayly lo revolcó, ¿no?
Yo sé que es su estilo, pero lamentablemente yo no estaba entrenado para una polémica. No siento que fui agredido. Es su trabajo, es su forma de ser, de repente exageró pero no le tengo ninguna antipatía.
Por: Eduardo Abusada Franco
Seguir a @eabusad IG: @eduardoabu79
OTROS ENLACES RECOMENDADOS POR PLAZA TOMADA
- Yo también soy de la Banda de Hola Yola
- La malaya del Chino Miguel del Callao
- La costumbre del mar, el canibalismo de las redes sociales
- Chacalón, el gorrión de los cerros
- La vida es un sancochado
- Kafka y Dios
- El tronco de la residencial San Felipe
- Un noble caldo de pata de res frente al Mercado Conzac
- Matanza en ‘El Sexto’
SIGUE A PLAZA TOMADA EN YOUTUBE:
1 comentario en «Carlos Manrique, una entrevista que saqué de mi archivo: «Me alegra que me digan cheverengue»»