Con frecuencia el imaginario colectivo es injusto. En la memoria popular ha quedado la imagen del dios Baco como libertino, pecaminoso, armando sus «bacanales»; y la imagen de Teseo como la del valiente y bello príncipe que mata al Minotauro.
El encuentro entre Baco y Ariadna
Es cierto que Baco fue dado a los placeres del vino y de la carne, más fue quien amó con sinceridad a Ariadna. En cambio, Teseo, el héroe, abandonó sin explicación a Ariadna en la isla de Naxos. . A ella, quien fue la que urdió el plan del ovillo de lana y lo ejecutó para que Teseo pueda salir con vida del laberinto tras vencer al Minotauro. Fue ella la que amó y salvó al héroe y quien lo hizo tal. Pese a ello, el príncipe la abandona.
Al verla desvalida Baco la recoge, la cuida y la lleva al Olimpo no siendo diosa de naturaleza, pero sí su diosa. El dios del vino, el de la mala reputación, le regaló una corona como obsequio de boda. Al morir Ariadna, mortal como era, y quedar Baco, inmortal como es, arrojó la corona al cielo y se formó la Constelación Boreal.
En el fondo del universo está Ariadna. Ahora sí inmortalizada por Baco en las estrellas. Para siempre. Es el triunfo del amor. Así lo pintó Annibale Carracci en su fresco el Triunfo de Baco y Ariadna. El triunfo del amor.
La supremacía de Ariadna en el corazón de Baco
La historia de Baco y Ariadna encierra una inversión poderosa de papeles: el dios acusado de excesos es quien muestra lealtad y ternura, mientras que el héroe clásico traiciona sin remordimiento. La narrativa de los mitos muchas veces ensalza lo visible —la espada, el combate, la gloria masculina— y deja en sombra lo esencial: el ingenio, la entrega y la capacidad de amar sin medida. Ariadna representa esa otra parte del mito, esa que se suele silenciar, pero que es la más humana.
Cuando Baco encuentra a Ariadna abandonada, no la juzga ni la cuestiona. La reconoce. Él, que siempre ha estado al margen de los dioses del Olimpo por ser hijo de una mortal y por su espíritu dionisíaco, ve en Ariadna una igual. Ambos han sido relegados, ambos han sido malinterpretados. Por eso su unión no es una imposición ni un rescate tradicional, sino un encuentro de almas errantes. Baco y Ariadna se reconocen en la vulnerabilidad, y en ella encuentran una forma auténtica de amor.
El lugar de Ariadna en el acto de Baco
Hay algo profundamente conmovedor en esa corona que Baco lanza al cielo. No es un gesto heroico, ni un triunfo bélico. Es el testimonio de un amor que no busca eternidad para sí mismo, sino para la otra persona. Mientras Teseo sigue su camino como héroe consagrado en Atenas, Ariadna trasciende gracias al gesto de Baco. La constelación, la corona boreal, no solo inmortaliza a una mujer, sino que transforma su dolor en símbolo, su abandono en elevación.
La figura de Baco, tantas veces reducida al estereotipo del exceso y la embriaguez, se revela aquí como portador de un amor redentor. El amor de Baco y Ariadna no es el amor trágico de Romeo y Julieta, ni el épico de Ulises y Penélope. Es un amor que nace de las ruinas del abandono y se edifica en el cuidado. Un amor que se construye con lo que queda cuando todo parece perdido.
El fresco y el triunfo del amor
El fresco de Carracci, El triunfo de Baco y Ariadna, encierra precisamente esa lectura renovadora. No hay culpa, no hay lamento. Hay júbilo. Ariadna no es presentada como la víctima, sino como la consorte triunfante. Junto a Baco, ya no es la mujer olvidada por un héroe, sino la figura central de una celebración eterna. Ese carro de Baco, tirado por criaturas exóticas, se convierte en el escenario de una nueva mitología: la del amor reparador, la del encuentro más allá del prejuicio.
Y es que en el relato de Baco y Ariadna subyace una enseñanza profunda. A veces, el verdadero amor no es el primero, ni el más glorioso, ni el más celebrado. Es el que llega después del dolor, el que sabe del abandono, pero elige quedarse. Es el amor que no se viste de épica, sino de humanidad. Ese que ve en lo roto algo digno de cuidado, y en lo caído algo que aún puede brillar.
Así, cada vez que alzamos la vista hacia la corona que cuelga en el cielo, recordamos que Baco no solo fue dios de los excesos, sino también del afecto sincero. Que Baco y Ariadna no solo compartieron una historia de amor, sino que tejieron un símbolo de redención mutua. Un dios y una mujer convertidos en constelación, como testimonio de que incluso los marginados pueden brillar eternamente.
Es el triunfo del amor.
Por: Eduardo Abusada Franco
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