Intentando una definición general y bastante simple —pues hay distintos linajes y tradiciones budistas, con matices diferentes en sus interpretaciones—, en el budismo la sangha es la comunidad de personas budistas a los que perteneces; son tus compañeros espirituales, los que te ayudan a avanzar.
El Buda de nuestra era
El Shakyamuni Buda (el Buda de la tribu de los Shakya de la antigua India), también tenía su sangha. En su caso, eran los discípulos que viajaban con él de lugar en lugar. Habían dejado el mundo cotidiano y se dedicaron por completo a la vida espiritual, a la práctica y estudio del budismo. Por su renuncia a lo mundano se les conoce también como los “renunciantes”.
Cuando Shakyamuni y su grupo llegaban a algún pueblo, era imposible distinguir quién era el Buda, el iluminado. Era solo un grupo de unos cuarenta flacos pelones, algo desarrapados, todos de similar vestimenta y look. Los habitantes, curiosos, se preguntaban quién sería el cada vez más famoso líder, de aquel que se decía había alcanzado el nirvana bajo el árbol Bodhi. Al empezar a hablar y enseñar, muchas veces con la técnica de las parábolas, entonces la gente identificaba al despierto, al Buda.
La enseñanza del buda a lo largo del tiempo
Han pasado más de 2,500 años desde entonces. El budismo es incluso anterior al cristianismo. Algunas estadísticas estiman que hay hasta 535 millones de budista en el mundo actualmente. Países como Tailandia son de mayoría budista y en varias naciones del Asia su presencia es bastante significativa. En occidente su influencia está en ascenso, inaugurando templos, dojos y predicando las enseñanzas de Shakyamuni.
La grandeza del buda frente al poder mundano
El Buda no necesitó una corona en la cabeza, ni un cetro, ni alfombras rojas que lo anuncien, como tampoco una escolta poderosa y llamativa. Caminaba como un ser humano cualquiera por los caminos de tierra del mundo. Sus sandalias eran como las de cualesquiera de sus discípulos y comía lo mismo.
Dormía en superficies similares y sus ropas eran parecidas. Sin embargo… era el iluminado. Al hablar, se mostraba entonces como una revelación que aquel hombre era el líder, el que había renunciado a los lujos cuando fue el príncipe Siddharta en el Palacio de Kapilavastu, capital de los Shakya, para alcanzar la verdad completa de la existencia.
A dos milenios y medio siguen apareciendo y desapareciendo naciones en el mundo. Los líderes de tales países van y vienen. Sus reyes, presidentes, generales, etc. requieren de coronas, autos de lujo, palacios, ropajes enjoyados, insignias, medallas militares, bandas presidenciales de finas telas y dorados bordados, que confirmen o asienten su cargo.
Su poder está en las cosas, o en las armas con las que pueden doblegar. Más su grandeza, su legitimidad, no viene de dentro, de su sabiduría y simpleza, sino de lo exterior. Es, ergo, un poder temporal, con la caducidad que corresponde a lo que es material y perentorio.

Reflexiones actuales sobre el ejemplo espiritual que nos dio el Buda
No soy tan ingenuo como para desear que un líder político actual se salte los protocolos y ciertas señas de su cargo y mando; pero al ver que necesitan de Palacios, que se suben los sueldos sin merecerlo, que se asignan autos de lujos, que roban privilegios que no se han ganado; me es inevitable pensar entonces en la enorme simpleza y grandeza del Buda. Su nombre sigue vigente y creciente. Más los otros no se llevarán nada a la tumba; y su recuerdo —si acaso sigue milenios como el de Shakyamuni—, no pasará de ser el de un trago de bajo sabor, pero que igualmente bajará por la garganta, se olvidará con otros sabores, y se excretará para volver a la tierra de donde vino.
Quizás en países más cercanos a las creencias occidentales como el Perú, el ejemplo de Shakyaumi Buda suene lejano. Pero no olvidemos que la corona de Jesucristo, del Rey de reyes, fue una corona de espinas; y que sus sandalias fueron las de un simple carpintero de Galilea. Amén.
Por: Eduardo Abusada Franco
Seguir a @eabusad IG: @eduardoabu79
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