Se llamaba Alejandra Marina, pero la conocían más —mucho más— como «Locomotora Oliveras». Esta semana la vida ha muerto un poco con ella.
Siempre sostuvo, como una promesa de amor eterno, que no tenía miedo a morir. No sé si creerle. Pero jamás me hubiera atrevido a cuestionarla, ni siquiera a través de las redes sociales, que fue como la conocí, como me volví su fan.
Creo que se refería a que amaba la vida por encima de todo, que no tenía miedo a vivirla intensamente, con pasión, del alba al ocaso. Pero el ocaso le llegó de golpe, en toda la luz brillante de su inspiradora existencia.
Salvo que tu pulsión de vida esté averiada, es natural temer a la muerte, es el instinto de supervivencia, lo que nos hace automáticamente cuidarnos de los peligros, lo que garantiza la continuidad de nuestra especie.
El recordado Javier Heraud escribió:
“Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y arboles” (…)
Algo así, supongo, era la norma de Alejandra Marina la «Locomotora Oliveras»…
Aprendió que viviendo y solo viviendo pese a todo, a las caídas, a las decepciones, es que vale la pena morir con dignidad. Logró en su combativa carrera seis títulos mundiales de boxeo femenino en cinco categorías. Fue la mejor boxeadora argentina y una leyenda del boxeo femenino mundial en toda su historia.
Los viejos entrenadores decían que el hambre era el más efectivo acicate para los púgiles novatos.

Locomotora Oliveras conoció esa sensación y las ganas de llenarse la panza como sea, a los puños si es necesario. Contó en una entrevista: “Yo vengo de una familia muy humilde. Vengo de la miseria, la pobreza y el hambre… Vengo de no tener zapatillas, de andar en alpargatas, de comer polenta todos los días y anhelar un asado. Eso fue lo que me hizo soñar con que algún día lo iba a tener todo. Algún día iba a tener una casa, un par de zapatillas que iban a ser de color blanco, que de hecho lo fueron… A mí me faltó todo, pero nunca amor”.
Hoy, frío feriado de julio en Perú en que escribo estas líneas, recuerdo de pronto un párrafo del gran periodista uruguayo Ernesto Cherquis Bialo sobre Diego Maradona. Dice: «El hambre. El que tiene hambre sabe que en la gloria está la salvación. Y la gloria no se consigue solo jugando. Se consigue liderando, poniéndose un equipo al hombro. Maradona aprendió de chico que para salir del barro marginal, del lumpen, tenía que matarse».
Desde niña Locomotora Oliveras pegada a la vida con esfuerzo
Eso también entendió la Oliveras y empezó a trabajar con su padre desde niña. Manejó tractor y camión. Desde allí empezó a forjar su impresionante musculatura, su pegada de estampida, la fuerza indetenible de sus puños, siempre adelante, llevándose todo lo que esté en su camino. De allí su apodo: LOCOMOTORA.
Ella fue la fuerza de arrastre que sacó adelante a los suyos y también a desconocidos. Porque luego de ser campeona se hizo un personaje de redes que inspiró a miles o acaso a millones. Yo fui uno de ellos. Veía sus videos, entrevistas, su ejemplo.
Signo de ejemplo y motivación
Te motivaba a no rendirte, a seguir dándole a la vida pese a todo. Fue ella uno de mis referentes para hacer deporte de manera constante a la casi misma edad que compartíamos, pues Alejandra acaba de morir con 47 años. Y fue con cerca de 40 que empecé a practicar artes marciales y darles duro a las pesas y al deporte en general, con lo que logré ganar bastante músculo y reducir muchísima grasa, ya que había llegado a una obesidad muy notaria.
Alejandra no lo sabía y nunca lo sabrá, ya no está en este mundo que amó tanto. Pero ella me ayudó, incluso cuando mentalmente tenía indicios de depresión, cuando me despierto cacoquimio sin saber por qué al tener casi todo. Me sigue ayudando hoy en que veo sus videos para despejar las dudas que me atacan sin pausa. Nunca negó consejos hasta a desconocidos de todo el mundo que le pedían unas palabras de aliento, de motivación. Se involucró en causas sociales, en sacar a chicos de las adicciones.
Conoció los golpes de la vida
En la película más famosa sobre box, Rocky Balboa le dijo a su hijo: “Ni tú, ni yo ni nadie golpea más fuerte que la vida, pero no importa lo fuerte que golpeas, sino lo fuerte que pueden golpearte. Y lo aguantas mientras avanzas. Hay que soportar sin dejar de avanzar, así es como se gana”.
Alejandra conoció los golpes de la vida. No solo en el hambre de la infancia, en los entrenamientos y los campeonatos, sino literalmente en los abusos de un hombre agresor, su pareja. Hasta que un día, cuando le pegó a su hijo, se le plantó y le gritó “¡Basta asesino, criminal!”.
Desde entonces Locomotora Oliveras supo que tenía que aprender a pelear para defenderse. Que la vida puede ser bella si se pelea por ella. Y, también, en pelear por otros quienes no tenían la fuerza física de ella para hacerlo; por eso se involucró también en luchas de ayuda social y dio consejo y abrigo a quien lo necesitase.
Locomotora Oliveras, la despedida…
Hace dos días leí la noticia de su repentina muerte, como consecuencia de un grave ACV. Pensé que era uno de esos fake news para generar likes. Quería creer que fue eso. No puedo negar que el golpe me ha encajado de lleno en la mandíbula, un veloz cross derecho sin cubrirme.
Voy a lagrimear, quizás abrace a alguien para respirar, me recueste contra las cuerdas, pida el conteo de seguridad al réferi; porque es ineludible recibir golpes. Solo son golpeados los que pelean. Pero luego me voy a recuperar, encontraré la forma, buscaré las fuerzas.
Así lo dijo ella: “¡Dale, dale, dale! Luchá, vos podés, vos podés, buscá las fuerzas. Si las fuerzas no están en el cielo, están acá en tu corazón, sentílo, usálas. Y si no están en tu corazón, apretá el ojete, están en el ojete, apretá, hacé fuerza. Pero tenés que salir adelante. ¡Dale, dale, vos podés!”.
Yo puedo, Alejandra… no hoy, pero podré… mañana, ¿sí? Eso querías. Eso haré. Hoy no puedo, porque las fuerzas están en el cielo, en tus puños amados y pesados. Gracias por todo.
Por: Eduardo Abusada Franco
Seguir a @eabusad IG: @eduardoabu79
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