En medio de la infinita naturaleza, una planta de inocente apariencia oculta un secreto que nos lleva directamente a uno de los eventos más trágicos de la historia: las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Es una planta de flores delicadas y sutiles, conocida como la adelfa. ¿Cómo puede una planta común y hermosa estar vinculada a una catástrofe de tal magnitud?
La adelfa, conocida científicamente como Nerium oleander, es una planta ornamental arbustiva de belleza engañosa. Sus vistosas flores y hojas de un verde oscuro esconden una toxina mortal llamada oleandrina. Esta sustancia, presente en todas las partes del arbusto, es extremadamente venenosa para los seres humanos y muchos animales.
Esta especie se encuentra también presente en la variada naturaleza peruana. Se desarrolla en zonas tropicales, como lo son las latitudes del Perú. Sus hojas son de un verde intenso y sus flores van desde el rosa —siendo este el tono más común de encontrar—, hasta el blanco y el rojo. Es fácil de reconocer, pues la usan mucho en decoración debido a su sencillo cuidado.
Sin embargo, ¿qué tiene que ver esta inocente plantita con el fatídico día del 6 de agosto de 1945? Hiroshima, Japón, fue testigo de la devastación sin precedentes causada por la detonación de la bomba atómica. La historia moderna dio un vuelco de timón violento en solo minutos. El hongo atómico arrasó con todo lo que se movía y también con lo que no. Más de 140 mil personas perdieron la vida ese día directamente en la detonación de Hiroshima, y otras tantas decenas de miles con la bomba de Nagasaki lanzada poco después. Muchos miles más murieron luego por la radiación y las heridas. Los efectos de las bombas seguirían haciendo estragos en la vida de Hiroshima y Nagasaki durante décadas. Pero, como el Ave Fénix, la naturaleza resucitó de entre las cenizas. La existencia, de una u otra manera, siempre se abre paso contra el horror producido por la propia mano del hombre. Es la alegoría del enfrentamiento del hombre contra la naturaleza. La resistencia, la pulsión de vida, surge en los momentos más dramáticos. Entonces, asomaron las puntiagudas y verdes hojas de la adelfa. Luego, brotaron sus flores… por millones. En todo su color y hermosura. Una planta de apariencia frágil le plantó cara a los efectos de la explosión atómica. Fue, de hecho, la primera planta en florecer en dichas ciudades tras el apocalipsis del año 45.
No hemos podido establecer del todo si hay relación causal entre el clima de radiación que dejaron las bombas y la adelfa; pero lo que sí descubrieron los científicos es que la oleandrina de la adelfa comparte similitudes estructurales con el gas mostaza, uno de los agentes químicos utilizados en la fabricación de armas durante la Segunda Guerra Mundial, incluidas las terroríficas bombas atómicas.
Aunque no hay evidencia directa de que la adelfa o su toxina hayan desempeñado un papel en la fabricación de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, la coincidencia es sorprendente. Además, esta planta ha sido objeto de investigación en el ámbito de la guerra química y biológica debido a su potencial letal.
Han pasado casi 80 años desde aquel día infame. La adelfa se convirtió en símbolo nacional del Japón. Hoy, mientras contemplamos la belleza de la adelfa en nuestros jardines, recordemos que detrás de su apariencia inocente yace un recordatorio sombrío de los horrores de la guerra y la capacidad destructiva del ser humano. A pesar de las monstruosidades a las que puede llegar la condición humana, esta historia también nos deja una lección; y es que en el corazón de la tragedia, la esperanza persiste como la adelfa en su flor, que en la adversidad resiste y se crece. A su vez, nos hace recordar que tanto en la naturaleza más hermosa se puede esconder un peligro mortal. Y aunque la bomba cayó, la vida siguió y se enraizó como la adelfa entre las ruinas.
Por: Guillermo S. Nava
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