La calurosa e histórica mañana en que 30 millones de peruanos escuchaban el fallo de La Haya, dos curiosos personajes irrumpieron en la escena para hacernos olvidar, por unos minutos, todo lo que estaba en juego. Aquí las historias de dos carismáticos hombres que dicen ser los descendientes y herederos de Miguel Grau y del chileno Bernardo O’Higgins. Una combinación de excentricidad, buen humor y hermandad.
Setenta y tres años después del fallecimiento del almirante Miguel Grau Seminario, en una pequeña habitación de la Clínica Maison de Santé, su gloriosa figura se habría reencarnado en el minúsculo cuerpo de Germán Seminario Moya. Allí, lejos del mar de la punta de Angamos, donde con pundonor y arrojo perdiera la vida, Grau volvería a nacer. Volvió a la tierra un primero de octubre de 1953, casualmente siete días antes de conmemorarse un aniversario más de su muerte.
Desde muy temprano, Germán peinó su frondosa barba. El diferendo de límites marítimos con Chile en la Corte de La Haya lo devolvió entonces a la cúspide de la popularidad, y era el momento de posar para las cámaras. No siempre se la dio de figureti, explotando su gran parecido con el ‘Caballero de los Mares’. En su barrio de la urbanización El Naranjal, en Los Olivos, nunca pasa desapercibido. Posee poco cabello y su amplia frente hasta podría usarse como un espejo. También tiene un poco de sobrepeso. No tanto como el original, porque según las históricas imágenes de Grau, su fisonomía y su rostro eran un poco más regordetes. “Mido 1.72 cm, la misma estatura que él tenía. Hasta mi voz es muy parecida. No tengo voz ronca, de adulto, igual que la de él, según cuenta mi abuelo y muchos investigadores”, nos cuenta con podo disimulado orgullo. Ya son las seis y media de la mañana. Raudamente se coloca su viejo gabán azul marino. El mismo gabán que usaba Miguel Grau, del mismo color, del mismo material y con botones dorados. Obviamente, este ha sido confeccionado en Gamarra.
Es más, ni siquiera lo compró. Un empresario lo reconoció y quiso regalárselo como un gesto “patriótico”. “Me ahorré 1,500 soles. Tampoco gano mucho como trabajador público en el Ministerio de Transportes, donde trabajo desde hace 32 años. Mi barba también me cuesta mantenerla. Cada quince días voy donde mi amigo y peluquero Roberto, en el Callao, para que la tiña de negro y me la retoque. Él sabe muy bien cómo me gusta”. Capa azul encima, sale presuroso.
Hoy, sesenta años después de la muerte de Miguel Grau, Germán está montado en una moto y no al pie de un timón de buque como siempre soñó. Sí, quería pertenecer a la Marina, como su admirado ancestro, pero fue rechazado. No tuvo suerte en el examen. Lloró y se lamentó. Lo hace hasta el día de hoy. Los azarosos vaivenes de la vida lo mantuvieron alejado de los mares. Se dirige a la plaza de Armas: es el gran día. Es el día en que todo el Perú sabrá si nuestra demanda fue escuchada en La Haya. Si al fin pudimos recuperar nuestro pedazo de mar robado. “Necesitamos un fallo que nos una, que hermane nuestros pueblos. Ya basta de peleas y rencores antiguos. Todos tenemos que unirnos, y avanzar en un solo rumbo”, hablaba en voz alta por las calles. Se sienta en una banca mientras espera la llegada de los periodistas. Se mira al espejo por tercera vez. “¿Estoy bien? ¿No crees que soy igualito a Miguel Grau?”, me pregunta tras observar su reloj. Faltan dos horas para las nueve de la mañana, hora de la transmisión del fallo en La Haya.
EL “TATARANIETO” DE BERNARDO O’HIGGINS
A la misma hora, en la Villa Militar de Chorrillos despierta otro “héroe” que regresó del más allá. Se trata de Gabriel Armijo O’Higgins, quien dice ser tataranieto del libertador chileno. Pocos conocen que este histórico personaje fallecido hace 171 años, además de haberse dedicado a la agricultura, participó en la Expedición Libertadora del Perú junto a José de San Martín. Un grito lo alerta mientras toma una ducha fría. “¡O’Higgins, ya va a ser hora del fallo, apúrate!”, lo reprende su esposa. Ahora sí, comienza su transformación. Es hora de representar al libertador chileno, quien, dice, fue bisabuelo de su bisabuelo. A sus 67 años, Gabriel Armijo luce delgado. Las arrugas de su rostro revelan una prematura vejez. Su nieta de tres años juega con su chaqueta militar con los colores azul y rojo del Ejército chileno del siglo XIX. A diferencia de ‘Grau’, a ‘O’Higgins’ no mucha gente lo alienta. Su rostro no es muy popular. Solo sus vecinos en la Villa Militar de Chorrillos lo animan y siempre quieren tocarlo, abrazarlo y tomarse fotografías. Gabriel es un teniente en retiro del Ejército peruano y ahora trabaja como agente de seguridad en una empresa privada. Desde muy niño pasó su infancia en la ciudad de Cañete, junto a sus padres y sus tíos.
“Pasé toda mi niñez en la hacienda Montalbán, propiedad que fue de mi tatarabuelo Bernardo O’Higgins, quien luego de ser exiliado de Chile se afincó en esa zona. Allí murió y luego seguimos viviendo allí sus descendientes. A los 16 años, cuando terminé el colegio, vine a Lima a inscribirme en el Ejército. Siempre quise ser militar y ahora mis dos hijos también son oficiales”. Ya son las siete de la mañana. Gabriel sube apurado a un taxi amarillo y el chofer lo observa con desconfianza. No sabe si llevarlo al Hospital Larco Herrera o a la plaza de Armas de Lima. A su llegada, un niño le pide un autógrafo. Tal vez sorprendido por tan colorido traje, muy parecido al del ‘Chapulín Colorado’.
Al instante, se encienden las pantallas gigantes colocadas a ambos lados de Palacio de Gobierno. El reencuentro es inminente. Logra divisar al ‘Caballero de los Mares’ de espaldas, conversando con una mujer. Sin demora corre hacia él. Lejos de empuñar su sable, se abrazan. Lloran. Posan para las cámaras. Sonríen. Ya son las nueve de la mañana. Mientras un jurista eslovaco, conocido como Peter Tomka, leía sin respirar los argumentos peruanos y chilenos, Germán y Gabriel recibían los disparos de la cámara del diario popular con más ventas en Lima. Con las manos unidas, con las piernas cruzadas, abrazados, enrevesados, uno junto al otro, como enamorados. Clic, clic, clic. Saben que esta podría ser la última vez que tanta gente los aborde. Treinta millones de peruanos seguían la transmisión de una corte holandesa que debía resolver si Chile nos devolvía gran parte de nuestro mar. Al mediodía, todo el Centro de Lima saltaba de emoción. Decían “haberle ganado a Chile por primera vez en algo”. Decían que “al menos nos reconocieron parte de nuestro mar”. “Peor es nada”, gritó un taxista. Germán y Gabriel se abrazaban emocionados. Frotando sus amuletos y símbolos de paz. Ambos se habían colocado un sticker en forma de corazón blanco y rojo que decía “paz”.
“¡Ha triunfado la paz! ¡Eso es lo más importante! Así estaremos juntos como hermanos. Ha sido un fallo justo”, gritaba eufórico la supuesta reencarnación del chileno Bernardo O’Higgins. Por su parte, Germán, el “sobrino bisnieto” (o algo así) de Grau, desea postular al Congreso de la República por tercera vez. Como su ancestro, que fue diputado por Paita. Germán ya lo hizo sin suerte en los años 2001 y 2006. También postuló a la alcaldía de Santa Rosa, pero perdió solo por 200 votos. “Mi anhelo es hacer un nuevo documental sobre la Guerra del Pacífico, para ilustrar a los niños y que conozcan la verdadera historia del Perú”, dice. Gabriel, en cambio, ha descartado incursionar en política. Solo desea seguir unido a su familia y que el mensaje de su movimiento ‘Paz, Amistad y Respeto’, que ha fundado en solitario y al que ha invitado al Grau reencarnado, lleve la paz a chilenos y peruanos. Lo cierto es que, sean o no sean los familiares directos de O’Higgins y Grau, debemos reconocer que lograron hacer más colorida aquella tensa mañana del lunes 27 de enero. Regalaron una sonrisa en medio de tanta incertidumbre limítrofe…
NOTA: Este texto se publicó en el verano de 2014 en la desparecida revista VelaVerde. Ha sido retocado brevemente para este blog Plaza Tomada.
Por: Alejandro de la Fuente
OTROS ENLACES RECOMENDADOS POR PLAZA TOMADA
- Nosotros los viejos, nosotros los acumuladores
- Martín Adán. De la casa con gladiolos y claveles
- Fernando de Szyszlo: “Esa herida que se produjo en la conquista nunca cicatrizó, y sirve para que gente que es insegura se apoye en el color de su piel para despreciar a otros, porque no tiene en que más apoyarse”
- De Cantón al Callao: Jano Loo y los chicharrones más populares del puerto
- Mahatma Ghandi hace masajes y adivina el futuro en la calle Capón
- Unas conchas negras con harta calle
- En defensa de los gimnasios de barrio
WhatsAppTwitterLinkedInFacebookMessengerEmailCopy LinkCompartir
Comenta aquí